miércoles, 25 de marzo de 2009

Retrato de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita


Físicamente fue Juan Ruiz membrudo, velloso, pescoznudo, de negros cabellos crespos y de crespas cejas negras; de vivísimos ojuelos pardos; de gruesos labios, narizotas, orejón, con espaldazas, de pecho delantero amplio. Y no es que lo suponga yo, no. Pone él su retrato en boca de la trotaconventos de su poema inmortal: "Velloso, pescoznudo..., de andar infiesto, de nariz luenga, de grandes espaldas..."

Juan Ruiz debía de parecer un bárbaro jugador de bolos, un Júpiter de risco serraniego. Resoplaría. Rezongaría. Reiría a mandíbula batiente. Su vozarra sería siempre la más decidida y bronca. Nadie como él para sostenerse, ciclópeo, abierto el máximo compás de sus piernas sobre una peñota del Guadarrama, bebedor de horizontes. Y, sin embargo, este personaje de tan dura estampa tuvo un espíritu discriminador en alto grado, y una sensibilidad poética a flor de piel. Y sabemos más: que era muy entendido en Sagrada Escritura, Derecho civil y canónico, poseedor, y excelente usufructuario, de la entera erudición latinoeclesiástica conocida en su tiempo. Además le eran familiares el
Pamphilus, los Aforismos de Catón, el Poema de Aleixandre, el Isopete, algunos escritos de Aristóteles, Tolomeo e Isócrates; las Fábulas de Esopo y Fedro, de Gabrias y Afzonio; los fabliaux franceses, el Conde de Lucanor... Indudablemente que nadie diría, viendo al tipo aquel, hirsuto y craso, ojeador de chiribitas, talante de pícaro, que llevaba dentro de su almario un alma sensual y delicada, un apetito insaciable de conocimientos, una inspiración admirable hacia inmortales aspiraciones.

También nos son conocidos los gustos de Juan Ruiz. Le apasionaba la caza mayor y menor, la caza de la moza arisca, del puerco enrabiscado y del corzo fugitivo en un friso de nieve. Le gustaba apear las cumbres de la serranía carpetana. Para aplacar sus instintos faunescos le era suficiente una caminata entre los riscos de peñotas y acebos, y lagunas frías, y ganados merinos trashumantes... Sí, muy andariego fue Juan Ruiz. Mas no se piense que por lejanas tierras. Guadalajara, Segovia, Madrid... Pueblos de tierra y peña con desnudeces escalofriadas. Paisajes abiertos y delirantes. Mujeres y hombres rígidos hasta en sus liviandades. Juan Ruiz poetizó amoríos alegres y despreocupados. Pura inventiva. Puro deseo. Lo que él pudo protagonizar fueron amoríos broncos, crudos. No cabe olvidar que la Carpetana es una altitud de serenidad imponente. También le gustaban al buen Arcipreste las buenas lumbres de los hogares, los cuentos de viejas arrimadas al fuego, las reticencias apicaradas, el buen vino de la tierra dura, los suculentos asados, las siestas a pierna suelta, el bostezar y el desperezarse a gusto.


Federico Carlos Sáinz de Robles, de la introducción al Libro del buen amor, Editions Ferni, Ginebra, 1973

3 comentarios:

pekeña bolchevique dijo...

Jajaja..tio reconocelo...tu eres inmortal :p

andrea dijo...

el poema iba sobre juan Ruiz o sebre Javier Cabrea?

Abencerraje dijo...

A lo mejor es verdad lo que dice pekeña bolchevique y sin darme cuenta he vivido más vidas, la verdad es que no extrañaría a estas alturas.
Está claro que el Arcipreste y yo compartimos el mismo fenotipo ibérico radical, lo que no es nada raro. Aun así no pude dejar de reírme y, a la vez, sentirme identificado, sobre todo con el tercer párrafo.